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Tere Rocha

Bienvenidos

Perdonar es soltar un prisionero

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¿Qué es el perdón?

El perdón, como ya hemos compartido en otra oportunidad, no consiste en olvidar ni minimizar una ofensa. Tampoco es un acto de debilidad. A todos nos pueden lastimar de mil maneras y distintas personas pero, sea cual fuere la herida, el acto del perdón es siempre el mismo.

El que nos lastimó irrumpió en nuestra vida ocasionándonos un dolor. Podemos compararlo con un intruso que entra por la fuerza a nuestra casa para instalarse en una de las habitaciones ante nuestra impotencia de sacarlo. Y es el rencor que sentimos el que le permite mantenerse allí. El perdón entonces sería desalojarlo, sacarlo, echarlo.

Es interesante notar que la palabra perdonar en el griego tiene el sentido de «soltar». En cierto modo, perdonar es soltar a un prisionero y descubrir que, al dejarlo libre, también nos liberamos nosotros. Entonces perdonar sería decirle al otro: «Ya me lastimaste una vez, no voy a permitir que me sigas lastimando».

Muchas personas, luego de separarse de su pareja o en situaciones extremadamente dolorosas, quedan ancladas en el rencor. La bronca contra uno mismo y contra otra persona es una manera de no enfrentar o no conectar con el dolor. Es la manera de «quedarse a vivir» en la impotencia por no atreverse a transitar el dolor.

Muchas veces el rencor es la expresión de la sensación de falta de futuro. Cuando no vemos nada hacia delante, nos aferramos a un constante resentimiento y así volvemos a experimentar el dolor y la bronca por lo ocurrido.

Sabemos que el perdón tiene efectos psicológicos positivos y nos libera del yugo del pasado, a la vez que nos permite disfrutar de paz en el presente y en el futuro. Porque perdonar es renunciar al derecho de venganza por lo que nos hicieron, aunque no implique necesariamente una reconciliación.

El rencor es como un veneno en el torrente sanguíneo que genera un nivel de estrés muy elevado, dado que recordamos lo sucedido pero, al mismo tiempo, no somos capaces de expresar la emoción negativa. Guardar rencor hacia alguien es como «frenar y acelerar» al mismo tiempo.

Perdonar sería justamente desalojar a quien irrumpió por la fuerza en nuestra vida y dejarlo ir. Pero es importante «soltar» no solo a la persona, sino además el hecho y el dolor que en consecuencia nos produjo.

El perdón es tanto un acto como un proceso. Un acto de la voluntad que no necesariamente invalida las emociones que se «van gastando» de a poco. En ocasiones, existe un perdón colateral, pues no nos han lastimado a nosotros directamente pero han lastimado a un hijo, a nuestros padres, etc. Y a veces, tenemos que perdonar a instituciones, grupos o países.

El perdón no es un salto al pasado sino al futuro. El perdón no es olvidar sino la decisión de no recordar.

Perdonar las ofensas

Los traumas no son siempre las grandes heridas sino las pequeñas ofensas. El término griego skandalon significa «trampa» y las trampas suelen ser las palabras. Una frase, un comentario, un gesto puede convertirse en «una trampa» porque, si quedo atascado allí, sentiré amargura para luego pasar al estadio del resentimiento.

El ofensor sabe que puede ganar, en la medida en que el ofendido reaccione. Por eso, muchas veces ignorar y pasar por alto una ofensa es la mejor forma de demostrarle que hemos ganado la partida. También es aconsejable ponerle límites a quien nos ofende, ya que por lo general estamos frente a una persona enojada o frustrada que precisa desplazar lo que siente en aquel que se encuentra más cercano.

Para concluir, el perdón puede surgir naturalmente cuando comprendemos empáticamente que quien nos ha lastimado fue lastimado también. Perdonarlo es darle un cierre a ese vínculo y construir hacia adelante.

El perdón es completo o no es perdón ya que no hay medio perdón. Siempre es liberador y nos permite seguir avanzando para lograr transformar el dolor en crecimiento.

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